No importa donde estamos. El pasado sábado, todos fuimos testigos de algo mágico. Acudíamos a la Cabalgata de Reyes sabiendo que veríamos un espectáculo sencillo, propio de nuestro barrio; o un derroche de imaginación y medios, como en una gran ciudad. Pero, sin importar el lugar y el gasto, en todas partes vimos lo mismo: el espectáculo en la cara de los niños, de nuestros hijos; la verdadera música no eran las fanfarrias o las orquestas, sino los gritos de ¡¡¡Melchor, Melchor; Gaspar, Gaspar, Baltasar, Baltasar!!!
Y allí estábamos todos, disfrutando, viendo a los Reyes Magos de verdad, a los auténticos, acostándonos pronto para recibir los regalos. Aunque todos sabíamos que era mentira, que los regalos los habíamos terminado de comprar hace unas horas, o unos días, da lo mismo; pero, durante ese rato que duró el espectáculo, no nos importó porque allí, en la calle, gritando, todos fuimos niños y miramos con esa pureza e inocencia que comenzaremos a perder el resto de días del año...
Photo: http://quintes.blogspot.com.es/
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