Lo divulgaron ayer El País y los informativos de la Ser, aunque la gravedad de la noticia provocó que llegase a todos los medios de información: unos guardas de seguridad localizan a un viajero en el Metro sin billete y le pegaron una paliza. Que fuese un inmigrante es un agravante que no oculta la dimensión real de lo sucedido, el abuso del poder y el autoritarismo de unas personas que debían aportar seguridad a todos los usuarios del transporte público, los riesgos de la privatización de algunos servicios públicos. De forma periódica, se conocen hechos de esa naturaleza y habría que reflexionar sobre si son inevitables o se pueden evitar.
La grabación de la agresión provoca escalofríos. Se oyen golpes e insultos, frases vejatorias, un trato denigrante que demuestran como los agresores se sentían todopoderosos, ajenos a lo humano, superhombres. Pero lo terrible, lo que casi me provocó lágrimas fueron las risas de los atacantes, unas carcajadas que superan el espíritu despótico, ilustran su carácter violento y revelan una alarmente insensibilidad al dolor, la narcotización de sus sentimientos, la pérdida de humanidad, el inicio de la barbarie. Sus risas anuncian que ayer, u hoy, es un inmigrante, pero que mañana el agredido será un tipo por llevar gafas, leer un libro o, sencillamente, porque tocaba.
La grabación de la agresión provoca escalofríos. Se oyen golpes e insultos, frases vejatorias, un trato denigrante que demuestran como los agresores se sentían todopoderosos, ajenos a lo humano, superhombres. Pero lo terrible, lo que casi me provocó lágrimas fueron las risas de los atacantes, unas carcajadas que superan el espíritu despótico, ilustran su carácter violento y revelan una alarmente insensibilidad al dolor, la narcotización de sus sentimientos, la pérdida de humanidad, el inicio de la barbarie. Sus risas anuncian que ayer, u hoy, es un inmigrante, pero que mañana el agredido será un tipo por llevar gafas, leer un libro o, sencillamente, porque tocaba.
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