Mi caballera ya se parecía a la del Melendi ese que canta. Así que, aprovechando estos días de descanso, apunté en la agenda: cita con la peluquera. Tocó ayer. Hace unos cuantos meses, caí en la cuenta de que en las grandes etapas en las que puedo dividir mi vida siempre han correspondido con una peluquería diferente. Y como estaba en una de esas nuevas fases decidí cambiar de esteticista.
Rodeamos como estamos de peluquerías, fui a la primera que tenía cerca de casa y no me gustó lo que me hicieron. Dejé crece el pelo hasta que sus puntas tocaban mis hombros y volví a entrar en otra peluquería. Concedí carta blanca y sí me gustó el trabajo. Desde entonces siempre voy a la misma.
Ayer volví, pero mi peluquera, la que siempre me corta el poco pelo que me queda, estaba de baja. Lesionada, no podía mover los brazo. No te preocupes, tengo una solución, pero me tienes que prometer que no te enfadarás y volverás. De acuerdo, le dije.
Así que me senté en la butaca y a duras penas (me había quitado las gafas) vi como se recostaba en el suelo, se quitaba las botas y agarraba las tijeras con los dedos de los pies.
¿Huelen? Esto sólo lo voy a hacer contigo.
No, no, qué va, respondí lamentándome de que ese día ella fuese a trabajar con pantalones y no con falda. Y, allá, en plena exhibición que alcanzó la maestría cuando se puso a lavarme la cabeza y podía mover el grifo de la ducha con el pie izquierdo y enjabonar con el derecho.
Me han quedado un par de tijeretazos y cinco puntos en cada oreja (aún es un poco novata con este arte de los pies y las tijeras), pero, habida cuenta del tamaño de mis pabellones auditivos, por el precio de diez euros no está mal: corte de pelo y cirugía estética.
Desde luego, en Avilés contamos con grandes profesionales.
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