miércoles, 24 de agosto de 2022

Arde España


 


Foto de Denys Argyriou en Unsplash


La imagen se reproduce verano tras verano con una periodicidad que terminará por hacernos insensibles. Los incendios del verano son ya un fijo en los informativos de agosto si, en el caso de tener suerte, no lo han sido los meses previos. 

Los incendios son cada vez más feroces y más grandes. Era algo plenamente previsible y lógico. Es el precio que pagamos por abandonar las zonas rurales. Décadas de éxodo del campo a las ciudades (sinónimo de prosperidad y más calidad de vida) han terminado por dejar el terreno perfecto para las llamas. Recuerdo cuando me comentaban como desde Illas se podía ir llegando hasta Castrillón por sendas. Los usaban los trabajadores de la Real Compañía para ir a trabajar a Arnao. Cuando me lo contaban me extrañaba porque es una buena caminata, de un par de horas por lo menos, pero, sobre todo, me explican que esos caminos se encuentran hoy en día comidos por el bosque. Kilos y kilos de maleza esperando a la sequía, un rayo, un accidente, una imprudencia o un desalmado. 

Los incendios han existido y existirán. La clave es aprender a convivir con ellos, a gestionar el territorio.  Aconsejo la escucha de este diálogo en la Fundación Juan March donde Marc Castellnou y Emilio Chuvieco reflexionan sobre la evolución de los incendios y los retos de gestión.

Y, mientras tanto, convendría que las políticas tuviesen más presente el mundo rural, la necesidad de mantenerlo con vida y dotarlo de atractivos (telecomunicaciones, acceso en condiciones asumibles a los servicios sanitarios, culturales y sociales) para construir un frente activo contra el fuego. 




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