miércoles, 8 de abril de 2020

DUC (y XXV) Epifanía en el supermercado



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Nathália Rosa on Unsplash


Mirábamos el calendario en casa y nos preguntábamos: ¿qué día será mejor salir de compra: el martes o el miércoles?
Al final, optamos por el martes para evitar las colas (sí, las colas) de la víspera del doble festivo. Es decir, si normalmente hay colas, en un doble festivo habrá más colas. Ese más es el que queríamos evitar.
Así que ahí voy, con la parafernalia habitual y las vueltas de costumbre. Aunque el supermercado está cerca de casa, voy en coche tanto por el volumen de compra. 
Ya en el interior, cuando empiezo a llenar mi carro veo que me olvidé las bolsas en el coche. Cerca se encuentra una reponedora, una de nuestras heroínas sin capa a las que aplaudimos, agradecemos el trabajo y les damos las gracias cuando antes solían ser invisibles.  "Perdone, ¿se pueden sacar los carros del supermercado?". "No, no se puede". "Me dejé las bolsas en el coche; podría ir a por ellas?" "Sí, deja aquí el carro. Ya me encargo de que no lo retiren".
Dios mío, la nueva sociedad florece tras la epidemia. Solidaridad, comprensión, racionalidad. Nada, si al final vamos a estar agradecidos al Cov-Sars 2. 
Así que voy hacia la salida, vuelvo a explicar mis cuitas a otra empleada y salgo, recojo las bolsas y vuelvo a entrar. Retomo la compra y mis pensamientos sobre qué cerveza me interesa comprar se interrumpen por una señora que se acerca. Debería decir que iba mal encarada, pero la máscara ocultaba su rostro.
"Te has colado, te has colado. ¡¡Qué vengas en coche no justifica que te cueles!" Una buena presentación, desde luego. "Perdone, no me colé. Estaba dentro y salí a por las bolsas, que me había pedido". "Si te has colado, que te vi". Como buena española, la señora ya gesticula con su dedo y se añaden otras dos, con los mismos reproches. 180 años de mala leche y rabia contra mí. Me había colado, aseguraban. "No, pedí permiso. Me dijeron que podía". Nada, mi argumento no servía de nada. De hecho, no servía. Me veía comido por las tres brujas, reaccioné con rabia y estuve a punto de decirles: "Señoras, no tienen edad para salir  a la calle. A sus años, es un riesgo. Sólo me lo explico porque sus hijos esperan librarse de ustedes y, además, con la ventaja de ahorrarse el velatorio y el funeral". Sí, era un pensamiento muy gratificante, pero me parecía excesivamente largo para mis cuervos. Así que volví a insistir en que estaba dentro, que había pedido permiso y todo eso. 
Pero no servía, graznaban, no paraba de graznar. Pero encontré una solución. Mi heroína con capa, la que podía testificar que había guardado cola (si fue menos que ella, no tengo la culpa de haber despertado antes) y que tenía autorización para salir. Así que la miré mientras ella atendía las labores que le correspondían. La ventaja de ser reñido con distanciamiento social es que, posiblemente,había escuchado todo.
La miré mientras las tres brujas graznaban y, ¿qué hizo ella? Nada, bueno, corrijo, sigo con las labores que le correspondían. La heroína sin capa estaba más preocupada por el stock de embutidos que por una riña callejera. No valía tanto como un envase de pavo. Y, entonces, en ese momento, tuve una epifanía: una revelación.
Nada va a cambiar. Cuando pase todo esto, seguiremos igual de maleducados, groseros, cobardes y valientes; aquellos que ejercían virtudes antes del confinamiento las mantendrán y posiblemente perseverarán en ellas; pero esta heroína sin capa seguirá a sus cosas, como habrá hecho toda su vida. No cambiará nada. Me emocioné, me entraron ganas de abrazarla, pero los tres cuervos seguían a mi lado.
Así que les dije: "Señoras, no voy a perder el tiempo discutiendo con ustedes".
Y seguí de compra.

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