A medida que uno escribe, descubre todo lo que disfruta escribiendo hasta el momento en que la escritura se convierte en una forma de vida. Y, alcanzando ese punto, sólo se piensa en seguir escribiendo. Atrás quedan los deseos de gloria y las vanidades propias de la juventud.
Tan sólo se mantiene el exhibicionismo propio de cada escritor, que le lleva a compartir, a divulgar su obra con la esperanza de que otra persona disfrute con ella.
En ese camino, la rutina es una parte importante, fundamental. Rutina como hábito, como disciplina necesaria para la creación, para sentarse en el escritorio y apartarse del mundo el tiempo suficiente para crear, para corregir, para pulir el texto, para soñar.
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