Habíamos soñado con envejecer juntos. Algo le irritó; me echó encima su pesada mirada miope con manifiesta arrogancia: Olvídalo, dijo. Las mujeres como Ana no tienen derecho a envejecer. Aún quise decir algo digno de ella, algo apropiado a la circunstancia, pero tenía la cabeza confusa y la lengua trabada y no pude hablar. Fue tu hermana Alicia, al verme tan indefenso, la que se apiadó de mí. Me abrazó sollozando y dijo excitada: Primo tiene razón. Yo no soy capaz de imaginar a mamá con una máscara, babeando en un psiquiátrico o tullida durante el resto de su vida. Si la muerte es inevitable, ¿no habrá sido preferible así?
Miguel Delibes (1920-2010);
Señora de rojo sobre fondo gris, Destino, Barcelona, 1991, 5ª
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