Realizar una analítica para comprobar los niveles de indignatina propia y extraña siempre resulta muy interesante. Por ejemplo, cuando vamos por la Autopista y encontramos esa radar en el tramo señalizado a 80 y donde solemos darle a la zapatilla. O en Avilés, por ejemplo, en la recta de la calle de El Muelle, donde la velocidad máxima son los 50 kilómetros por hora y el pérfido Ayuntamiento pone el radar en las inmediaciones de un paso de cebra que no se respeta ni festivos y fiestas de guardar. O los fotorrojos. ¡Menuda barbaridad! Tan sólo a un sádico y un cabrón se le ocurre multar a la gente que se salta el semáforo en rojo...
Pues sí, son los niveles de indignatina que se nos disparan a todos cuando empiezan esos controles. Pero, y me pregunto comenzando por uno mismo, ¿no deberíamos indignarnos con nosotros cuando pisamos el acelerador, no respetamos las normas de circulación o procuramos saltar los semáforos en rojo?
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