Siempre he sido precavido ante los picantes en la cocina. Supongo que será un recuerdo de los pimientos del padrón y los atragantones que veía en los mayores. Un amigo astur-mexicano siempre me habló de las delicias del chile. Las glosaba en cada comida, que eran, y son, bastante frecuentes. Conociendo mi reticencia, se lanzó a un pequeño experimento para vencerlas. Una merluza con sala de tomate.
El plato no tiene mucho secreto. Preparó la merluza a la romana y una salsa de tomate habitual con dos excepciones: mucho ajo y medio chile jalasqueño. Lo del chile jalasqueño tiene su importancia porque, según me dice, existen unas veinte variedades diferentes. Lo pasó todo bien por la batidora y se sirvió.
El picante del chile fue todo un descubrimiento, porque el picor no tapaba el resto de sabores, incluso los potenciaba. Cierto que el acompañamiento era moderado, no mucho tomate, pero fue todo un placer y un descubrimiento.
El plato no tiene mucho secreto. Preparó la merluza a la romana y una salsa de tomate habitual con dos excepciones: mucho ajo y medio chile jalasqueño. Lo del chile jalasqueño tiene su importancia porque, según me dice, existen unas veinte variedades diferentes. Lo pasó todo bien por la batidora y se sirvió.
El picante del chile fue todo un descubrimiento, porque el picor no tapaba el resto de sabores, incluso los potenciaba. Cierto que el acompañamiento era moderado, no mucho tomate, pero fue todo un placer y un descubrimiento.
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