Salieron en la portada de los principales periódicos y en sus páginas interiores. Cientos de bitácoras cuelgan en Internet la secuencia de malos tratos de los Mossos a detenidos. Así, todos podemos observar, una vez más, cómo nuestra especie es capaz de degradarse a sí misma, capaz de humillar al inferior, de ejercer la tiranía sobre el más débil.
Pero, sin entrar en consideraciones sobre el trabajo policial o el poder de la imagen como arma de denuncia, lo que más me ha sorprendido de esta exhibición ha sido eso, precisamente la exhibición, como la violencia, violencia real, desnudos reales, bofetadas auténticas, se han aireado sin problemas, como todos hemos podido acceder a ellas, recrearnos y colgarla en nuestros espacios. Una violencia real exhibida sin ningún tipo de pudor, una actitud pornográfica, banalizadora, cruel con la víctima, que es humillada en la propia vejación como en su repetición como si fuese un espectáculo. Un acto censurable adquiere la categoría de videoclip; la humillación en un divertimento para morbosos, un recuerdo de lo que pasa en las comisarías, como las fotos de la cárcel iraquí que los marines realizaban como recuerdo de su estancia en Iraq.
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