Fuente: Hoja de Lata. |
Max Otto von Stirlitz no es un agente cualquiera del Servicio de
Seguridad del Reich, la policía secreta de la Alemania nazi. Ningún otro agente
muestra un mayor respeto a los dirigentes. Es un buen ario, eficaz y respetuoso
con el Reich. Sin embargo las actuaciones en las que se involucra nunca llegan a
buen término para los intereses de Alemania.
Suficiente para investigarle en un régimen paranoico; el
hallazgo de sus huellas en un equipo de transmisión de agentes soviéticos
precipita los acontecimientos en un sistema que vive su epílogo. La realidad es
que Stirlitz es un agente soviético, infiltrado en el corazón de
Alemania.
En ese contexto se desarrolla Diecisiete instantes de una
primavera, la novela de Yulián Semiónov que, traducida por Zoia Barash, regala
Hoja de Lata a los lectores españoles.
En su primera lectura, la narración se presenta con una novela
de espionaje dentro del canon más clásico. El James Bond soviético según la
definición ofrecida en el prólogo de la edición española del libro más famoso de
la serie de Stirlitz, seguramente por el éxito y popularidad en su país de
origen, ya que no aparece la iconografía y hábitos asociados al famoso 007.
En 1973, la emisión de la serie basada en Diecisiete instantes
de una primavera paró la Unión Soviética. Impactó a los televidentes hasta el
punto que Leonid Brezhnev ordenó que se le recompensase generosamente. Al
conocer por su equipo que era un personaje de ficción, comentó: «Es una pena».
Incluso cuenta la leyenda que las aventuras del espía cautivaron
a un joven de Leningrado llamado Vladímir Putin, que prometió imitar a Stirlitz
y servir a su país.
Ciertamente, la historia avanza con interés creciente y la trama
cautiva al lector, que sigue con pasión la partida de ajedrez que se establece
entre Stirlitz y los agentes de la Gestapo que tratan de conseguir las pruebas
necesarias para justificar su detención. Son páginas que atrapan.
Yulián Semiónov. Fuente: Hoja de Lata. |
Pero el mérito de Diecisiete instantes de una primavera va más
allá del entretenimiento de calidad. Semiónov comparte con Le Carré aspectos
como la soledad del agente secreto, la añoranza de su hogar, la preocupación por
su hijo, también en labores de espionaje. Pero, lo realmente interesante, es la
mirada hacia las entrañas del poder.
El autor disecciona los mecanismos de control de un régimen
autoritario, sus miserias. En este caso, la Alemania nazi, pero que también
podría servir para cualquier dictadura. Es clarividente la reflexión que, en la
página 142, Stirliz atribuye a Hitler pero que, gracias a la anotación de una
cuidadosa edición, sabemos que es un pensamiento de Stalin, lo lleva al libro al
terreno de la literatura y lo aleja del panfleto propagandístico.
Con las justas notas para entender el momento histórico en el
que se desarrolla, la edición se completa con un prólogo de Olga Semionova, hija
del autor, y Sergei Stafev que sirve para que el lector comprenda el impacto de
la obra de Semiónov en la Unión Soviética, un escritor enamorado de España y que
participó de las primeras ediciones de la Semana Negra de Gijón.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio, 26 de diciembre de 2015, Suplemento Culturas, página 5.
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