martes, 21 de julio de 2015

Es un riesgo vivir rodeado de subnormales


-Buenas, ¿quién es el último?
-Yo.
La sala de espera de la oficina de la Seguridad Social es lo suficientemente amplia para que todo el mundo aguarde sentado. Los funcionarios agilizan los trámites en la medida de lo que pueden. Aquellos que acuden acompañados matan la espera cuchicheando; otros miran la infinito, con aire de distraído. Hay quien no para de hablar por el móvil, o jugar con él. Los menos leen. Siempre pasa en este país. Casi parece que leer produce vergüenza y se debe hacer a escondidas, no vaya a ser que te señalen con el dedo.
A periodos irregulares de tiempo suena un timbre. Al tiempo, un panel electrónico se ilumina con una clave. Su dueño pasa a una mesa. Nadie sabe quien es el dueño hasta que éste se levanta. Ni el algoritmo que determina la clave. Puedes llevar esperando tres horas y se levanta uno recién llegado. El algoritmo lo explica todo. La persona llega, aprieta un botón y sale la clave definida por el algoritmo. Si estudiaste algo y sabes lo que son las matemáticas, es posible que entiendas qué es eso del algoritmo y cómo puede influir en tu destino. Pero la mayoría no sabemos nada de matemáticas y, posiblemente, ni con la clase particular a la que íbamos para lograr aprobarlas, lo hubiésemos entendido. Pero asumimos que es cosa del algoritmo, como otros asumirán que es cosa del destino-
El dueño del papel se acerca al funcionario y le explica que su espera ha sido un poco inútil porque ahora puede solicitar su vida laboral en la entrada. No es ha sido inútil del todo, porque ha descubierto donde puede solicitar la vida laboral, lo que antes no sabía y, de haberlo sabido, le hubiera evitado ese rato de espera.
Así que regresa al lugar del inicio y pregunta por el último, que se identifica levantando la mano y el interrogador se sienta, sacar una revista y la abre para leer esperando a que el último acceda al ordenador y solicite su vida laboral. Lee y, de vez en cuando, levanta la vista para controlar al último. Eso no es leer, es pasar el tiempo, se dice, pero, por lo menos, no se aburre hasta que el último se levanta, se va al ordenador y se marcha. Es su momento. Se levanta y camina hacia el ordenador hasta que un compañero de espero le da el alto.


-Espere, usted no es el último. El último se ha ido.
-No, perdone, el último soy yo. Llegué, pregunté quién era el último y me dijo que era ese señor que se acaba de ir. Luego él último soy yo. El que se fue es el penúltimo.
-No, el último soy yo. El que se fue no era el último, porque el último soy yo.
-Ya, pero usted llegó y se sentó. No dijo nada ni preguntó. Yo era el último y no le di la vez. Yo soy el último. Y me corresponde sacar la vida laboral.
-No, el último soy yo. Yo llegué.
-Claro que llegó. De no haber llegado, no estaría aquí. Pero yo llegué pregunté, un señor, que se acaba de ir me dijo que era el último y esperé mi turno.
-Ya, pero yo llegué y nadie me dijo nada.
-Es cierto, pero usted llegó y ninguno de los que estábamos aquí sabíamos si iba a esperar o para qué.
-Ya, ¿por qué tienes que saber quien están esperando?
-Pues para guardar el turno, dar la vez; por ejemplo. Es muy útil para estas cosas.
-Señores, por favor, bajen la voz. Hay una persona intentando hacer gestiones por teléfono.
-Y nosotros estamos intentando dilucidar quién es el último en la fila.
El guarda de seguridad decide intervenir, tomar las riendas del asunto para aclarar quien es el último. Aunque ese no es el debate. La verdadera cuestión es determinar cual de los dos tiene el derecho a usar al ordenador. Si logra reestablecer el orden en la cola, evitará un problema.
-A ver, después del chico que se acaba de ir, ¿quién va?
-Yo, asegura el último silencioso; acabo de decir que era el último.
-Yo, afirma el último que intentaba leer la revista exhibiendo el papel con el número como el pasaporte después de acceder a la mesa del funcionario.
-Eso no sirve, explica el vigilante, usted fue, o irá, a la mesa, pero luego le dirán si puede o no usar el ordenador.
-O sea, que el último soy yo. Pues lo dije.
-Sí, sentencia el guardia.
- O sea, que aunque usted llegó después y no preguntó, es el último y pierdo mi vez.
-No genere conflictos, advierte el guardia.
-Lo cierto es que pierdo mi vez. Así que voy a preguntar si hay más últimos en la sala, no vaya a ser que vuelva a perderla. ¿Hay más últimos?
Nadie responde.
- ¿De verdad que no hay más últimos? Bien, entonces, después de usted, iré yo al ordenador. ¿Queda todo aclarado así?
-Sí
-Bien, hablando se entiende la gente; cierra la polémica el guardia.

-Desde luego, aunque no deja de ser un riesgo vivir rodeado de subnormales.

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