miércoles, 16 de mayo de 2012

Kinsey, el científico del sexo





Kinsey (2004) es una película de Bill Condom donde narra la vida y la obra de Alfred Kinsey, interpretado por Liam Nelson. Kinsey llegó por casualidad a la sexología. Profesor universitario especializado en el estudio de un  tipo de avispas, comprobó la ausencia de una cultura sexual entre los jóvenes y la necesidad de recopilar información sobre los hábitos sexuales de su época para poder saber explicar a la gente sus comportamientos, poder formar y que la gente fuese más feliz. Su trabajo revolucionó Estados Unidos, aunque más tarde fue víctima de la intolerancia desatada con la caza de brujas.
El filme destaca por su reparto, como es frecuente en los grandes biopic americanos, si bien yo vi la versión doblada. Evita caer en el morbo y el sensacionalismo. La visión científica y fría de Kinsey dominan la narración, incluso llega a ser un lastre ya que soslaya los conflictos generados en su entorno a la par que sus investigadores asumían en sus propias vida la revolución sexual que proponía el investigador.
En este sentido, es muy reveladora la escena final en el bosque, donde se muestra la incapacidad de Kinsey para asumir que en el amor y la pasión hay variables que no pueden ser objetivables, frente a otros datos que podía contabilizar, como el número de erecciones o de relaciones sexuales. 
No existe una formulación magistral que asegure la felicidad.

El eclipse



Me pongo en la piel de los pueblos antiguos y vivir un eclipse debía ser aterrador. El sol desaparecido y la noche volvía a reinar. O la luna, ese faro del cielo en la oscuridad, se ocultaba durante un rato para luego regresar trayendo la tranquilidad de la rutina, la monotonía salvífica. 
Sí, en ese contexto, la ciencia, aunque primitiva, debía ser un anticipo para el bienestar de todos. Pero, recordemos a los mayas, al final terminó para justificar la explotación por parte del poder, los sacrificios humanos para calmar a los dioses con una lógica que sólo desde el poder se entendía.
Y, al final, nos encontramos con una cruel paradoja: ver la facilidad con la que se corrompen aquellos que deben servir al bien común y optan por asegurar una estructura de dominio a su servicio.
A los mayas, de nada les sirvió y terminaron desapareciendo como pueblo. 
A ver qué sucede con la actual crisis económica que, sobre todo, es la crisis de valores de una sociedad desnortada.

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