miércoles, 2 de mayo de 2012

El fin del lápiz



Siempre he estado orgulloso de mi bitácora, de su batiburrillo de entradas, de temas; de sus pocos seguidores. Desde el nacimiento de Costillina, la cita diaria se ha ido relajando y, con ella, la asistencia de curiosos hasta el pasado mes de abril, cuando los contadores aportaron la cifra más baja de páginas vistas desde el primer apunte de Archipiélago Avilés: 622.
Y, ante ese dígito, cabe preguntarse si es el momento de tirar el lápiz o no. 
Encontrar una respuesta no ha sido una tarea sencilla. Mentiría si dijese lo contrario. Pero pienso seguir. Posiblemente, la tendencia es irreversible y el número seguirá descendiendo hasta acercarse a las dos o tres páginas vistas al día. Eso significará que sólo uno es el lector de sus páginas, que lo que escribe no interesa a nadie.
Y, sin embargo, eso es lo que llevo haciendo durante buena parte de mi vida. No me refiero a mi trabajo, sino a la literatura, a la escritura de ficción o al ensayo, si algún día debuto en ese género. 
Si por el escaso número de lectores renunciase a esta bitácora, estaría renunciando a todas las horas que he dedicado a escribir cuentos que nadie ha leído o, si lo ha hecho, ha sido por la compasión para los amigos; rompería las novelas que aún me quedan por iniciar, los personajes que esperan su turno, los poemas que revolotean por ahí...
Son razones suficientes para seguir en el camino. Además, como dijo mi admirado Cela, en este país, quien resiste, gana.

Rousseau ha muerto

Photo: http://mariocancel.files.wordpress.com/2010/03/rousseau.jpg



La reciente reforma de la sanidad en España ha generado una rápida reacción desde las posiciones progresistas. Es profundamente ideológica, he escuchado en algunas partes. Y tienen razón. Certifica la defunción de buena parte de los mitos sostenidos en los últimos treinta años: el Estado no es de nadie, sino que es de todos. No se trata de algo que flota ahí, encargado de corregir los desmanes del hombre, de orientar a la humanidad hacia la felicidad absoluta. No, no es nada de eso. Rousseau ha muerto. 
El estado surge para atender unas necesidades determinadas, para proteger a los más débiles, que somos mayoría; para financiar proyectos obras que contribuyan a la riqueza de las naciones. Y, que nadie se engañe, no logrará que nadie sea más feliz, porque la vida es como es y la felicidad nace de nuestras manos o no nace. 
Se acabo eso de que el dinero público no es de nadie; la ilegalidad se paga y las normas de convivencia se deben cumplir. Cierto que debería haberse comenzado en época de bonanza, pero eran días en los que nos entregábamos a la fiesta.

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No sé cómo terminó la historia del ordenador de Eugenia Rico y sus novelas. Es uno de los inconvenientes de tuiterland, que en muchas ocasiones te deja con la miel en los labios.

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