Siempre he estado orgulloso de mi bitácora, de su batiburrillo de entradas, de temas; de sus pocos seguidores. Desde el nacimiento de Costillina, la cita diaria se ha ido relajando y, con ella, la asistencia de curiosos hasta el pasado mes de abril, cuando los contadores aportaron la cifra más baja de páginas vistas desde el primer apunte de Archipiélago Avilés: 622.
Y, ante ese dígito, cabe preguntarse si es el momento de tirar el lápiz o no.
Encontrar una respuesta no ha sido una tarea sencilla. Mentiría si dijese lo contrario. Pero pienso seguir. Posiblemente, la tendencia es irreversible y el número seguirá descendiendo hasta acercarse a las dos o tres páginas vistas al día. Eso significará que sólo uno es el lector de sus páginas, que lo que escribe no interesa a nadie.
Y, sin embargo, eso es lo que llevo haciendo durante buena parte de mi vida. No me refiero a mi trabajo, sino a la literatura, a la escritura de ficción o al ensayo, si algún día debuto en ese género.
Si por el escaso número de lectores renunciase a esta bitácora, estaría renunciando a todas las horas que he dedicado a escribir cuentos que nadie ha leído o, si lo ha hecho, ha sido por la compasión para los amigos; rompería las novelas que aún me quedan por iniciar, los personajes que esperan su turno, los poemas que revolotean por ahí...
Son razones suficientes para seguir en el camino. Además, como dijo mi admirado Cela, en este país, quien resiste, gana.