Ya sé que gestionar una empresa, por muy pequeña que sea, es muy difícil, complicado. Y que lo fácil resulta ver los toros desde la barrera. Las complicaciones se multiplican por infinito si la empresa es una multinacional como Telefónica. Seguramente, su gestión empresarial y el modelo de negocio es un ejemplo de lo que bien se hacen las cosas, pero también comete algunos errores como el que voy a comentar.
Hace unas semanas, la multinacional anunciaba el cambio de nombre. Desaparecía Telefónica para convertirse en Movistar. Una operación ingente por la gran cantidad de recursos que debe movilizarse, pero entendible por la importancia de la telefonía móvil en su actividad y, posiblemente, el carácter unificador de un palabro que suena a inglés en una empresa realmente global, como es Telefónica-Movistar. Nada que objetar. Hasta ahí todo correcto, incluido la campaña de comunicación para que todo el mundo se enterase de la nueva nominación.
Pasado el tiempo, la práctica totalidad de los vehículos de la empresa siguen con la anterior nominación (en parte lógico, supongo que la nueva rotulación se aplicará de forma progresiva) pero la semana pasada nos encontramos con la compra de Tuenti. Una noticia de alcance que, lógicamente, salió en todos los medios de comunicación. Pero, ¿con qué nombre? Telefónica, el anterior, el que ya no existe. Y, todo ese esfuerzo, se va al garate. La oportunidad de seguir promocionando Movistar como nombre de la empresa se pierde, ¿una renuncia voluntaria, error en la planificación o descoordinación entre departamentos?
Posiblemente, de todo un poco. Y demuestra lo díficil que es aplicar en la vida real las medidas sencillas y claras que se diseñan en los despachos.
Algún día contaremos la historia del banquero australiano.