miércoles, 7 de julio de 2010

Hoy es el día

Mi tía Berta siempre me dijo que me prefería ver con un libro entre las manos que jugando con un balón. A ella le debo buena parte de mi afición a la lectura y a los libros. Sin embargo, uno es español y dedicó parte de sus juegos de infancia a eso de la pelota y el fútbol. Torpe y miope enseguida descubrí que no tenía más futuro que el placer en el juego. Y allí quedó mi historia balompédica, un deporte que, por vetarme sus puertas, nunca me atrajo demasiado.
No entiendo las pasiones por los equipos, aunque, al margen de cuestiones profesionales, reconozco haber visto media docena de partidos del Real Avilés Industrial y también el Alemania-Austria del Mundial 82. Ese día confirmé, después de haber animado todo el partido a Argelia y pedir a gritos el beso de los novios, además de increpar a un negro que se parecía a Pelé y andaba por el palco, que el fútbol no era lo mío. Y, cuando los argelinos salían de El Molinón gritando "Gracias España" bajo su bandera tricolor me emocioné, descubriendo la belleza que también se esconde detrás de las injusticias.
Todo esto viene porque hoy, como todos los españoles, vivo con el corazón en un puño pensando qué puede pasar en la semifinal del Mundial. Me gustaría que ganasen, desde luego, pero todo, sobre todo, que hagan lo que hagan que sea con la cabeza bien alta, sin rendirse, invocando al buen fútbol que, de vez en cuando, entra en el salón de casa y provoca que uno cierre el libro para ver la televisión y gritar: "Villa, Villa, maravilla".

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