Desde hace bastante tiempo, la derecha social y política de este país tiene ganas de apretar al movimiento sindical, hacer un ajuste como los años duros del tacherismo y dejarlo poco menos que descabezado y sin poder. Siendo un elemento imprescindible para la defensa de los derechos de los trabajadores, la verdad es que los sindicatos contribuyen de buena manera a generar esa mala imagen. Sirva como ejemplo lo sucedido en la huelga del Metro de Madrid.
Y no por ejercer su derecho o protestar por una bajada salarial. El problema ha sido el incumplimiento de los servicios mínimos, que ni se llegaron a recurrir. Nuestro sistema es el que es y en él se plantea la existencia del poder judicial para resolver esos conflictos. Y, si no te gustan los servicios mínimos, los denuncias y acatas la sentencia. Estoy convencido de que existen argumentos suficientes para resolver esa situación. Más cuando un huelga se convoca con diez días de antelación. Las reglas del juego se establecen para evitar que esto sea la jungla, que es lo que quiere la derecha: que riga la ley del más fuerte, la que marcan ellos.
Es lo que pienso y ayer lo defendía en amable conversación con unos amigos. Hay que respetar las normas y acudir a la justicia. Mi posición era tan minoritaria que era él único que la defendía. Ya estoy acostumbrado a ello. Pero lo mejor fue la medalla que me colgó uno de los contertulios: "Eres un intransigente". Y me encanta serlo, lástima que no se lo dijese entonces como ahora lo escribo.