miércoles, 10 de marzo de 2010

El Rey y el aborto

La publicación de la nueva Ley de Reproducción Sexual en el Boletín Oficial del Estado ha culminado una de las mayores barbaridades del siglo, convertir el asesinato de un niño en un derecho. El aborto ya es un derecho sin ningún tipo de deber en España gracias a una normativa que lleva la firma del Jefe del Estado, don Juan Carlos I.
Su rubrica ha despertado un importante debate en muchos medios: ¿se encuentra bajo la misma excomunión que los diputados y senadores? Es un tema importante, ya que la Española es una monarquía católica.
La Conferencia Episcopal Española ha declarado que no es el mismo caso, luego  no cabe la misma sanción. ¿Por qué? La diferencia radica en el papel del Jefe del Estado. La firma de las leyes es algo que le viene obligado; su rol es un papel simbólico, institucional; carece de capacidad legislativa, ejecutiva o judicial. Y negarse a firmar una ley aprobada por un Parlamento soberano lo situaría al margen de la ley. En cierta manera, su situación es comparable, salvando las distancias, a la de un alcalde contrario al aborto que se encuentra con una licencia urbanística para abrir una clínica abortista en su concejo. La licencia cumple todos los trámites legales, luego no cabe negarse, salvo que cometa una prevaricación.
Claro, tenemos el antecedente del Rey Balduino de Bélgica que, en semejante brete, decidió abdicar para no firmar una ley del aborto en su país. La pregunta obligada es si Don Juan Carlos I debería haber hecho lo mismo.
Y uno, sinceramente, no tiene una respuesta. Es algo que debe responder el titular de la corona con su conciencia. La abdicación supone renunciar a la jefatura del Estado, nadie le asegura que, pasadas 48 horas, vuelva a ser coronado. De acuerdo, ya tiene sucesor y no hay problema, ¿pero sí el príncipe no quiere firmar esa norma? O, aunque la asuma, ¿podría el Jefe del Estado decidir abrir una crisis institucional de esas dimensiones en un momento como el actual?

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