jueves, 24 de diciembre de 2009

Yo no creía en nada...




Fui a Notre Dame de París para asistir a los oficios de Navidad. Yo no creía en nada, pero me parecía que en las ceremonias católicas encontraría inspiración para escribir algo... Los niños del coro vestidos de blanco estaban cantando lo que después supe que era el Magníficat. Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida.
En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre qu eno deja lugar a ninguna clase de dua... ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama! ¡Me llama...! La misma noche de ese memorable día de Navidad tomé una Biblia y por primera vez escuché el acento de esa voz tan dulce y a la vez tan inflexible de la Sagrada Escritura que ya nunca ha dejado de resonar en mi corazón.
Paul Claudel

Photo: Fray Antonio Praena http://elatril.dominicos.org/

La mirra

Aprovechó el primer día de vacaciones para comenzar a montar el belén. Sacó las cajas, despejó la mesa y tendió el mantel verde que había heredado de la abuela Marina. Ninguna pieza del misterio encajaba. Todas eran diferentes. Pero todas tenían su historia. La Virgen María era un regalo de su madre, el Ángel lo compró en Praga, cuando fueron de Luna de Miel, San José le recordaba a su padre; el buey fue la primera manualidad de su hijo... Lentamente instaló esa composición de recuerdos y amor. Terminó con los tres Magos de Oriente. Y buscó los saquitos donde atesoraba el oro, el incienso y la mirra. Encontró los dos primeros, pero ni rastro de la mirra que había comprado en Estambul. Buscó y rebuscó, abrió cajas, pensó en dónde la había guardado. Ni rastro de la mira. Entonces, Isabel sonrió. Allí estaba la mirra.

¡¡¡Feliz Navidad!!!

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails