Es una polémica recurrente y que, ahora, asoma en Italia: la presencia de símbolos religiosos en la escuela. Más allá de si debe haber crucifjo o no, belén o llamar a las vacaciones de diciembre de Navidad o de Invierno, uno piensa que existe un problema de fondo muy grave: la aspiración del Estado a ejercer de moderno leviatán y apoderarse de todo, sin dejar espacios de libertada para la sociedad.
Porque un centro público y laico, no debe haber símbolos religiosos. La laicidad es un espacio para todas las religiones y no caben, por tanto, simbología de una sobre otra: ni crucijos ni velos, ni Ramadán ni Cuaresma. Unas normas de juego iguales para todos.
Pero, sin embargo, si un centro se declara confesional, de cualquier confesión, debería poder exhibirse su simbología religiosa, de cualquier confesión. A partir de ahí, el papel de la Inspección Educativa es velar para que se cumpla el currículo.
¿Y el dinero? ¿Escuela pública laica y privada confesional? Otro follón de los buenos que o se resuelve en las Cortes o por consulta popular que fije los criterios básicos del sistema educativo de cada país. Personalmente, defiendo una educación pública, laica, donde se enseñe religión (no catecismo). Si alguien quiere un sistema específico, que se lo pague de su bolsillo.
Y, a partir de ahí, los católicos, tendríamos que defender nuestras ideas y creencias en el terreno de juego de una sociedad libre, sin miedos ni complejos. Porque a veces da la impresión que se nos va toda la fuerza reclamando un crucijo y olvidamos vivir lo que realmente significa.