Como en las buenas películas, la visita de Brad Pitt a Avilés tuvo su personaje principal (el actor), secundarios y estrellas invitadas, incluso un figurante que roba más cámara en el inicio de una prometedora carrera. Este último fue Alberto, el hijo de Vicente Álvarez Areces.
La presencia del primogénito del presidente del Principado es una torpeza política de primer grado que, en términos de opinión pública, deja la fotografía de Areces al lado de la estrella en números rojos. Porque a nadie le extraña que un político se haga la foto con una celebridad. Es algo tan habitual que no tiene mérito. No creo que le de ningún voto ni mejore la impresión sobre él.
En cambio, la presencia de su hijo, el mismo que se asomó al balcón el domingo con el actor y aparece en primer plano en las fotografías ha generado numerosas críticas. ¿Por qué ese joven y no otro de los que esperaba fuera? ¿Por ser hijo del presidente? Ahh, vale, pero esos comportamientos no parecen propios de una democracia y, en los mayores, recuerdan los gestos propios del franquismo y no se ha hecho este viaje para llegar al lugar de salida.
La sociedad española es una sociedad democráticamente madura. Es algo que le gusta repetir a nuestros políticos. Y, por eso, la sociedad le reclama a sus políticos un comportamiento exquisito con lo público, una verdadera vocación de servicio, unos modos lejanos de una república bananera que es lo que demostró Areces, que fue a por fotos y salió trasquilado.