miércoles, 17 de junio de 2009

Cangas del Narcea


De todo lo que conozco de Asturias, Cangas del Narcea es una de las tierras más peculiares. En ella se mezcla la historia y un espíritu de frontera que no encuentro en otras partes, un pasado arraigado y unos proyectos para el futuro que ilusionan y se adaptan al terruño con gran fortaleza.
Cangas cuenta con un gran restaurante (Casa Blanco, espero no equivocarme, que a los avilesinos nos recordará mucho la Tataguya), buenos lugares para pasear, una librería interesante y el Monasterio de Corias, donde se trabaja en un proyecto turístico que revolucionará el suroccidente de Asturias.
Los vinos de Cangas también ilusionan y hay que seguirlos con atención.
Ahora que llega el verano, me permito este consejo: visitar Cangas del Narcea.

Elogio del proxeneta (Siete de junio)

Los días de junio qué tristes. Desde la ventana contemplo los colores vivos de la gente, las faldas cortas, los bíceps irrisorios de los muchachos y me veo en el fondo de un abismo y me sé traicionado por todos y por todo. Tampoco es lo congruente escribirlo aquí. Pesan en las manos las tardes, en la boca se diluye la noche como néctar atrasado que enceguece. Quiero dormir y me nacen ampollas en los ojos.
Antes escribía con temor, pausadamente, vigilando que mis palabras expresaran sólo aquello que buscaba, como la primera vez que abrí un libro de Cirlot y me sudaban las horas y quería reescribir su sueño. Ahora carezco de límite alguno para ahogar mi penitencia. Ginebra, lápices mordidos, encerrado en casa, entre esas sombras que acechan en la calle La Sal, en Xagó si me adentrase todavía, más ginebra, el recuerdo de algún hijo que se perdió en octubre. Y muchachas, muchachas, muchachas, muchachas bajándose el short principalmente.
Luis Miguel Rabanal, Elogio del proxeneta, Ediciones Escalera, Madrid, 2009

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