miércoles, 29 de abril de 2009

¿Y la huelga de jueces?

Pero, ¿qué ha sido de la huelga de jueces? Si hubiese dormido durante los dos últimos meses, hubiese pasado de la sensación de vivir al borde de una profunda crisis del estado de Derecho a la normalidad más absoluta. ¿Qué ha pasado con el poder judicial? ¿Se han tranquilizado después de descubrir lo que supone ir de huelga? Porque, desde entonces hasta ahora, uno no recuerda grandes cambios, salvo la sustitución del titular del negociado y el incremento del número de parados en este país.
Sin embargo, los problemas latentes siguen ahí, se desconoce si habrá el necesario gran pacto por la modernización de la Justicia y si los presupuestos generales del próximo año incluirán las partidas necesarias. Mientras tanto, los españoles seguimos con una justicia del siglo XIX, con juzgados sin conexiones informáticas entre sí y con un sistema de penas que no responde a las demandas sociales que piden condenas muy severas para delitos muy concretos, como el terrorismo, contra la libertad sexual o castigar más la reincidencia.

Barquillos Pelayo

No sólo por ser algo tan avilesino como la Foquina o las tapas de longaniza en la Tataguya.
No sólo por formar parte del territorio de la infancia donde, según algunos, habitan los poetas y los sueños.
Existen razones más importantes para comprar barquillos a Pelayo. Ahora mismo se me ocurren tres de peso.
La primera, su sabor. Están riquísimos. Ese milhojas de pasta frita con miel me encanta. Es uno de esos sabores que te recuerdan la infancia, como las nubes de algodón. Sólo espero que los restauradores avilesinos la incorporen a sus creaciones en los postres, o bien acompañando una carne... Hummmmmmmmmmmm
La segunda es el precio. Por cincuenta céntimos, se compra uno y se queda tan pancho, resuelve el apurón del mediodía o una merienda rápida apelando a las costumbres autóctonas, apoyando a las empresas locales.
Y la tercera es porque siempre presta ser atendido por una persona que te recibe con una sonrisa en la boca, que te deja probar la rueda de la fortuna y se despide sonriendo.
Así da gusto.

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