viernes, 31 de octubre de 2008

Mi primera crisis

La actual crisis económica es mi primera gran crisis. Como asturiano, viví como niño (generación del 71) la reconversión de la siderurgia y la angustia de nuestros mayores al comprobar el incierto futuro que les esperaba a sus hijos. Caían palos por todas las partes: Ensidesa, en el Naval, la minería, el campo, la mar...
Durante años, los medios de comunicación se abrían y cerraban con ajustes y reconversiones, cifras de paro que alimentaban un pesimismo vital mientras la epidemia de la heroína destrozaba la vida de cientos de jóvenes.
Suficiente angustia y dolor para que la palabra crisis se grabase con fuego en el adn y generase un estado existencial para los asturianos, parte de nuestro patrimonio espiritual. Tal parecía que la propia vida era sinónimo de crisis, de incertidumbre.
Así, el constipado de los 90 lo vivimos como la prolongación natural de los episodios de nuestra infancia, la reafirmación de la crisis eterna. Y el estallido de las puntocom fue una especie de serial televisivo donde, a diferencia de las ficciones, unos pocos jugaban con dinero de verdad y lo perdían.
Cuando todo parecía ir bien y comenzábamos a descubrir que se podía vivir sin crisis, nos llega este baile, al crisis ninja, la crisis de 2008, la de la refundación del capitalismo y Zapatero aspirando para estar en el G20. Y, de repente, uno se encuentra como un actor de reparto en medio del drama, repitiendo el papel de nuestros padres: trabajar de sol a sol, angustia por los ahorros, animar a los compañeros con ERE, soñar con un futuro mejor... Procurar, como hicieron ellos, capear el temporal. Superando, a duras penas, la que será mi primera gran crisis económica.

Nos volveremos a levantar

San Miguel victorioso en el escudo de la Universidad de Navarra cambió ayer el dragón que derrota por una serpiente etarra. Sólo así se entiende que su trampa de muerte y odio, dolor y destrucción fracasase.
Si todos los atentados etarras me duelen, este fue un golpeo mayor, íntimo si cabe. Durante cinco años imprescindibles para mi vida, pasé a diario por ese lugar, camino de la Biblioteca. Me he examinado en el edificio en llamas y en esas oficinas uno acudió durante cinco cursos a matricularse. No conozco a ninguno de los 21 heridos, pero de haberse sido en otro tiempo, mi nombre podría figurar entre ellos.
Como siempre, la violencia ciega merece la condena y la repulsa, la imagen de las llamas en la Universidad me recordaba a la quema de libros de los nazis. Nos han golpeado, sí, pero nos volveremos a levantar, de hecho, ya estamos, de nuevo, en pie para defender la libertad y la democracia, la cultura y la tolerancia, la razón y la fe, la convivencia. Y, desde aquí, tenderemos la mano para sacar a los violentos de su podedumbre moral, de su miseria espiritual, de su fanatismo cobarde. Me lo aseguraba ayer un profesor de la Facultad. Por eso nos tienen miedo, por eso quieren acabar con nosotros y por eso no lo van a lograr.

Diciembre para Elise (el poema de la semana)

Diciembre para Elise

¿A dónde ha ido la primavera que conocimos juntos?
Yermas están las ramas de antaño,
pero yo he visto a tus manos apresar el tiempo invernal
y atemperar su lluvia, y volverlo amable.

Si sólo estas hojas glaucas y tristes del árbol del sueño,
si nada salvo la pena pudiera anegarme cuando la primavera se va,
cada uno de los días que gotean y acongojan dejaría de ser
un año desnudo y amargo en mi corazón.

En el invierno de mi corazón eras un árbol floreciente:
cuanto más tardaba, más dulce era la primavera;
eras el viento que la empujaba
hasta un jardín desolado.

Eras la primera toda, y mayo y junio
verdecían, radiantes, en tu carne, pero ahora la lluvia
ensombrece los días, y han muerto el sol y la luna,
y el mundo es oscuro, oh, hermosa.

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