Errar es humano, pero perseverar en el error es de idiotas nos enseñó Miguel Delibes. Y uno se pregunta si más que casualidad será un síntoma que determinados comportamientos del Ayuntamiento siempre se concreten en el mismo concejal: Román Antonio Álvarez, el que paga las obras de teatro y dice donde se hacen las fotos y con quién. En La voz de Avilés he leído el relato de la presentación del Intercéltico. Una aventura que, sin duda, llegará a las páginas de mi nueva novela.
La historia sucedió así: se convoca a la Asociación Esbardu para la presentación del Festival Intercéltico de Avilés. El presidente, Juan Luis Casas, llega al Ayuntamiento con los carteles y pegatinas, que comienza a repartir entre los periodistas presentes y colocar para la presentación. El rito de todos los años. Sólo que esta vez el Ayuntamiento ha previsto su propio cartel. La explicación, delante de todos los periodistas, la aporta el concejal que dice que no le gusta el cartel de Esbardu. Los de Esbardu dicen no sentirse representados por la imagen del Ayuntamiento y la situación termina en una reunión de veinte minutos entre Esbardu y Álvarez para aclarar todo. Paso ese tiempo, se trata de volver a la normalidad y el festival se presenta, aunque la noticia es el enfrentamiento entre Ayuntamiento y organización.
Y, después de leer esto, uno se pregunta qué pecados habrán cometido los avilesinos, a qué hechicera y en qué siglo debieron quemar nuestros antepasados para tener que soportar una calamidad de este tipo, un edil con un comportamiento infantil, autoritario y antidemocrático. ¿Tan difícil es entender la dimensión de servicio a la sociedad de un Ayuntamiento? ¿Qué el poder que se ejerce no es patrimonial, sino una concesión de la sociedad? ¿Qué los gustos propios son secundarios? Visto lo que pasa, la respuesta es que sí, que es difícil de entender y que los caudillos cuecen en todas las partes.
La historia sucedió así: se convoca a la Asociación Esbardu para la presentación del Festival Intercéltico de Avilés. El presidente, Juan Luis Casas, llega al Ayuntamiento con los carteles y pegatinas, que comienza a repartir entre los periodistas presentes y colocar para la presentación. El rito de todos los años. Sólo que esta vez el Ayuntamiento ha previsto su propio cartel. La explicación, delante de todos los periodistas, la aporta el concejal que dice que no le gusta el cartel de Esbardu. Los de Esbardu dicen no sentirse representados por la imagen del Ayuntamiento y la situación termina en una reunión de veinte minutos entre Esbardu y Álvarez para aclarar todo. Paso ese tiempo, se trata de volver a la normalidad y el festival se presenta, aunque la noticia es el enfrentamiento entre Ayuntamiento y organización.
Y, después de leer esto, uno se pregunta qué pecados habrán cometido los avilesinos, a qué hechicera y en qué siglo debieron quemar nuestros antepasados para tener que soportar una calamidad de este tipo, un edil con un comportamiento infantil, autoritario y antidemocrático. ¿Tan difícil es entender la dimensión de servicio a la sociedad de un Ayuntamiento? ¿Qué el poder que se ejerce no es patrimonial, sino una concesión de la sociedad? ¿Qué los gustos propios son secundarios? Visto lo que pasa, la respuesta es que sí, que es difícil de entender y que los caudillos cuecen en todas las partes.