Hace unos días hemos conocido la historia de Verónica D, una gijonesa de veintitantos años a la que le han retirado la custodia de sus dos hijos (5 años y 11 meses) al descubrirse que vivían entre basura.
Todo lo que rodea ese caso es realmente triste y no quiero juzgar ni opinar sobre la situación personal de esa persona. Pero hay dos cosas que me llamaron la atención desde que se conoció la noticia y que no han salido en ningún medio, donde sí hemos visto las fotos de la casa, el rostro de Verónica D. incluso sus declaraciones.
Uno de sus hijos tiene cinco años. Es una edad de Educación obligatoria, además de revisiones pediátricas. Ni en el colegio ni en el pediatra se apreció nada. Tal vez fuese imposible, pero la suciedad vista en las imágenes y el relato de lo sucedido da a pensar que algo se debía notar. Y si no existía escolarización ni se iba al Pediatra, debían haber saltado las alarmas, porque los niños debían estar censados. Y si no figuraban en un registro significa que todas las bases de datos no se cruzan y que gastamos un montón de dinero para un sistema incapaz de detectar sus necesidades. Un sistema que actúa más rápidamente desde la vía penal que la social hacia esa mujer.
La segunda reflexión es la de los vecinos. En uno de los testimonios publicados, una persona decía que los niños llevaban llorando un día. Por ello, se tapó los oídos. Es una imagen escalofriante por el egoísmo que refleja. Y que me da miedo al pensar que yo no estoy libre de taparme los oídos ante los problemas y dificultades de otras personas: amigos, compañeros de trabajo, vecinos... Es el dolor de un niño y la enfermedad de una sociedad.
Todo lo que rodea ese caso es realmente triste y no quiero juzgar ni opinar sobre la situación personal de esa persona. Pero hay dos cosas que me llamaron la atención desde que se conoció la noticia y que no han salido en ningún medio, donde sí hemos visto las fotos de la casa, el rostro de Verónica D. incluso sus declaraciones.
Uno de sus hijos tiene cinco años. Es una edad de Educación obligatoria, además de revisiones pediátricas. Ni en el colegio ni en el pediatra se apreció nada. Tal vez fuese imposible, pero la suciedad vista en las imágenes y el relato de lo sucedido da a pensar que algo se debía notar. Y si no existía escolarización ni se iba al Pediatra, debían haber saltado las alarmas, porque los niños debían estar censados. Y si no figuraban en un registro significa que todas las bases de datos no se cruzan y que gastamos un montón de dinero para un sistema incapaz de detectar sus necesidades. Un sistema que actúa más rápidamente desde la vía penal que la social hacia esa mujer.
La segunda reflexión es la de los vecinos. En uno de los testimonios publicados, una persona decía que los niños llevaban llorando un día. Por ello, se tapó los oídos. Es una imagen escalofriante por el egoísmo que refleja. Y que me da miedo al pensar que yo no estoy libre de taparme los oídos ante los problemas y dificultades de otras personas: amigos, compañeros de trabajo, vecinos... Es el dolor de un niño y la enfermedad de una sociedad.