Hubo un tiempo sin franquicias, sin marcas repetidas, sin fotocopias comerciales, donde, tan sólo por los letreros de los comercios, podías saber si estabas en Oviedo, en Avilés, en Madrid o en Quintanar de los Caballeros.
Hubo un tiempo donde los talleres se mezclaron con la ciudad, en el que los hombres manchados de grasa salían a la calle para silbar a las mujeres hermosas y a las no tan hermosas que paseaban, que las grandes averías suponían una concentración de curiosos en el taller. Hubo un tiempo sin normativas urbanísticas, sin reglamentos de actividades molestas e insalubres, sin funcionarios municipales... Hubo un tiempo en el que fuimos ciudad y fuimos felices y fuimos libres.
Hubo un tiempo que ya no existe. O, tal vez, nunca existió.