Lo que parecía una anécdota, desagradable, ruin y triste, es un virus que se extiende. El primer síntoma de fascitis se dio en Italia, cuando un grupillo vetó una conferencia de Benedicto XVI en la Universidad de Roma. Y, ahora, en España, los gritos y descalificaciones al que piensa de manera diferente, la intolerancia, se convierte en preocupante noticia diaria. María San Gil, Rosa Diez, Dolors Nadal y María Teresa Fernández de la Vega no han podido expresar sus ideas en diferentes sedes universitarias. Es muy preocupante que esos comportamientos se produzcan en cualquier ámbito de la sociedad, más aún en la Universidad, un espacio para la reflexión y el debate. Sin confrontación de ideas no existe avance, progreso y es peligroso, incluso trágico para la sociedad, que sólo se conceda la palabra a unos pocos, los que tienen más fuerza o gritan más.
Y más aún el silencio vergonzante y vergonzoso de algunos dirigentes. Álvaro Cuesta, candidato socialista al Principado, reprochó en su día el ataque a San Gil y la apoyo en público. Supongo que, por extensión, hará lo mismo con el resto de víctimas. Pero a mi me gustaría ver al presidente del gobierno, al gran defensor de Educación para la ciudadanía, que esos no son los ciudadanos que él quiere, que, en democracia, o estamos todos o no hay democracia.