domingo, 20 de enero de 2008

Teoría, y práctica, de la derrota

El Partido Popular se preparaba para celebrar la mayoría absoluta. Todo el mundo felicitaba a José María Aznar. Faltaba un dirigente: Alberto Ruiz Gallardón, que, abatido, hablaba con Jesús de Polanco en las oficinas que éste tenía en el Círculo de Bellas Artes.
-Tranquilo, Alberto, te llevaremos a La Moncloa.
Fue el consuelo que le dio antes de partir hacia la celebración popular.
Me contaron esta escena hace años, aunque no le concedí la menor credibilidad hasta que esta semana leí la prensa nacional y las informaciones sobre la elaboración de la lista del Partido Popular.
Mariano Rajoy, don Mariano según el lenguaraz de Alfonso Guerra, sabe que, si no gana las elecciones en marzo lo puede pasar muy mal en su partido; que le pedirán su cabeza de forma clara. En esa situación, lo menos que se le puede conceder es cierto margen de maniobra para acudir a la cita, más aún después de que hace cuatro años acudiese hipotecado.
Lejos de esta situación, don Mariano lleva meses escuchando recados y mensajes del señor Gallardón. El papel de este hombre también es complicado de cojones. Recibe más elogios de los rivales de su partido que de su casa, aunque los rivales no quieren tenerlo con ellos ni jartos de vino.
Don Mariano hace las listas y se reparte a los buitres de la mejor manera posible: lejos de él, para intentar encajar la derrota si se produce. Su plan A es ganar y el B sobrevivir. ¿Quién se extraña de todo esto? Lo que es natural en un sistema político viciado como el nuestro por la falta de democracia interna unos lo convierten en una victoria, otros en una derrota; los de más allá aprovechan para hacer sangre (sin citar sus leguinas, benegas o rosasdíez) y, algunos, lo vemos desde la lejanía preguntándonos cómo se atreven a querer manejar nuestros dineros si son incapaces de llevar con normalidad sus asuntos.

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