lunes, 30 de abril de 2007

'Me voy a la Cuattro'

Me lo encontré por Sabugo. Si me lee alguien de fuera de Avilés se trata de un barrio del centro, repleto de cafeterías y donde suele salir la gente joven a tomar sus copas. Pero no era noche. El reloj marcaba eso de las 20.10 horas. Lo sé porque me fijé en la hora al ver su pinta. Tendría entre treinta y cuarenta años, más cercano a los cuarenta. Una buena barriga cervecera, sin afeitar, voz ronca, cascada por las juergas; cacharro en la mano y en la cabeza uno de esos gorritos hip-hoperos tan de modo, sólo que él lo llevaba medio fuera. Muy patético. En general vestía de joven, de joven veinteañero, pero ofreciendo la imagen patética de una persona con casi cuarenta primaveras y pasado de vuelta después de demasiadas noches en las barras de los bares.
Pero esa imagen de protofriqui no me asustó. El escalofrío lo sentía al escuchar su hoja de ruta: "Me voy a la Cuattro", anunciaba a sus compañeros de farra, alguno de ellos subido en un coche. Y, de nuevo explico a los ajenos a la realidad local, la Cuattro es una discoteca, una de las pocas discotecas que aún abren en Avilés y que, a esas horas, es destino de lo más joven de la ciudad, adolescentes y preadolescentes que se acercan, bailan, se meten mano en las esquinas oscuras y descubren el alcohol y los placeres del hachís. Y allí iba ese energúmeno.
Temblé de miedo al verlo llegar, acercarse a jovencitas o jovencitos y ofrecerles, Dios sabe qué, para ganarse su confianza. ¿Una raya de coca? ¿Tres o cuatro cacharros? ¿La promesa de una blusa en una tienda de moda? Y, después qué, un poco de sexo a cambio, un magreo en el coche, una virginidad perdida en su piso de soltero y más batallas para contar en su trabajo.
¿Pero qué sociedad estamos creando?

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