viernes, 16 de febrero de 2007

Jueves de Comadres

Abro la puerta de mi piso y sólo me encuentro a la Tila, moviendo el rabo y toda zalamera.
-¡¡Cariño!! ¡¡Cariño!!
Está claro que no hay nadie, nadie más que la Tila, claro. No le puedo contar lo del tipo que se durmió en el Pleno y sus ronquidos. En la cocina me encuentro una nota: "Te dejo la cena hecha, me voy de Comadres. No me esperes despierto. Te quiero, amor".
La cena se supone que era una tortilla de patatas. Escribo supone porque veo un plato con unas migas que me recuerdan la tortilla y la Tila relamiéndose. La saco de paseo y, como tengo hambre, la devuelvo a casa me acerco hasta el Gyros a por un bocadillo.
En el pequeño local de la calle de Galiana tan sólo nos encontramos hombres, hambrientos y viendo la televisión. Comadres, las víctimas silenciosas de Comadres. Allá estamos agarrando los bocadillos y comienzo.
Cuando voy a comenzar la segunda cerveza, aparece un punto todo desesperado. Nos queda mirando a los rodríguez que estamos apoyado en la barra, viendo pasar a las mujeres por la calle y nos cuenta: "Estoy desesperado". Tranquilo, es Comadres, le responde el camarero.
"Me he quedado sin boys, el avión de Madrid se ha suspendido y necesito chicos. Pago bien, ¿alguno se apunta?"
¿Cobramos por adelantado?
Sí, sí; antes de salir al escenario.
¿Podemos llevar máscara?
Sí, sin problema. Tan sólo quiero comprobar antes que el material está bien.
Levanto la mano, pago mi cena y el tipo me indica que pase al baño para un examen rápido. Doy el mínimo y salimos corriendo para la sala de fiestas. No se apuntó ninguno más.
En el vestuario me encuentro con varios tipos ya preparados. Untan su cuerpo con aceite y masajean su miembro viril para que adopte el tamaño necesario.
Rápidamente, me pongo una máscara y busco entre la ropa que queda. Encuentro un tanga, pero me queda pequeño y me salen los huevos por la tela. No tengo tiempo para cambiarme. Salimos al escenario.
"Desde Ipanema, los fantásticos Ronaldiños del sexo y las grandes vergas", grita un presentador mientras un aullido nos revienta los tímpanos. No cabe un alfiler. Veo mujeres que gritan y piden que nos desnudemos. Nos tiran ropa interior. Suena la música y comenzamos a bailar. Estamos descoordinados. Muevo el brazo y le rompo la nariz al enmascarado que tenía a mi izquierda. Disimulamos mientras comienzo a pensar en un plan para salir. Noto una mano en mi pierna y comienzo a subir. Es una señora que lleva sus dedos hacia mi escroto a toda velocidad. La agarro y la subo al escenario. Un nuevo alarido.
A la señora le cae la dentadura, pero no le importa. Comienza a sobar todos los pectorales. Necesitamos aire, meter la barriga dentro nos impide respirar bien. Sigo bailando y, a mi izquierda, veo una cara conocida. No puede ser, mi nena. Tenía que haber quedado en casa. Grita como una loca y escucho su voz: el tanga, que se quite el tanga. Joder, entonces verá el dragón que tengo tatuado y me conocerá.
Busco una salida y, a mi derecha, veo un culo respingón y unos andares que me resultan familiares. También usa máscara.
-Eh, Kirov, compañero, Kirov, ¿eres tú?
-Joder, hasta por el culo me conoces.
-Te cambio de lado, te cambio de lado, que tengo a mi señora aquí.
-Y la mía allá.
Rápidamente cambiamos de zona, movemos la cintura y, en medio de una oleada de señoras hacia el escenario salimos corriendo hacia los camerinos. Nos gritan, se agarran de nuestros pelos, los arrancan, tiran de la máscara. De milagro nos encerramos en el vestuario donde nos encontramos al manager.
-¿Qué tal?
-Perfecto
-¿Podemos marchar?
-No, os quedan tres horas de baile.
Al final, logré llegar a casa sobre las siete de la mañana y meterme en la cama cinco minutos antes de que llegase mi nena. Qué bien me hago el dormido.

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