Fue una sorpresa. Al mirar el santoral del día encontré que hoy se celebra San Pancracio. Así que aprovecharé la festividad para ponerle una velita y que interceda por uno. Y es que la cuarentena se está volviendo complicada, dura, difícil. Tantos carteles que comentar, debates electorales en la tele, horas y horas con los candidatos, el comandu Centollu reclamando guerra, el número de páginas leídas que disminuye...
Me siento ante el teclado y entre el ruido de la aspiradora de la vecina y el sol que llama a la playa, no no sabe de qué escribir. Entonces surgen la idea de la política, vulnerar ligeramente la cuarentena. Total, si ya casi no nos lee nadie. Pero no, hay que mantenerse firme. Además de la sanidad mental (el jueves dos horas y media seguidas de ruedas de prensa políticas, PSOE, dos del PP, y ASIA; y después telefonear para tener información de otros actos de IU, PP y URAS-PAS; terminé con un ataque de ansiedad, con ganas de zamparme todas las palmeras de chocolate de Pepe el Goloso, menos mal que logré relajarme leyendo y con unos tragos de agua), se encuentra la propia estabilidad profesional. Leo los diferentes programas electorales y veo que apenas existen discrepancias. Todos aseguran que harán el Niemeyer y el Centro de Transportes, habrá más guarderías de 0 a 3 y, posiblemente, zona azul... Está claro que existe un proyecto muy claro de ciudad, compartido por todos, con matices que, al final, vienen dados por las personas, por la seguridad y sentimientos que te despierta cada candidato. Así que cuando uno se lance a rajar, terminará, o empezará, rajando de las personas y, claro aquí todo el mundo es muy demócrata, muy simpático y muy tolerante hasta que le meten el dedo en el ojo o les dices que son muy aburridos o salen feos en la foto.
Así que, débil como es uno, me encomendaré a San Pancracio para sobrellevar la recta final de la cuarentena.
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